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DE LUGARES Y DE HOMBRES
Eduardo Chillida Belzunce

Cuatro amigos II
Sueños de mujer
El despertar
Meditando ante el cosmos
Mano VII
Compañeras
Mano IV
Ventana clara
Ventana clara
Lugar imaginario
Dentro y fuera
Bodegón tranquilo
Quatre Vents y el horizonte II
Gris y rojo en Menorca
Ritmos repetidos II
Paisaje imaginario en Menorca
Bodegón en Valls
Hacia la luz
Aldamar con Soraluce
La mesa y el paisaje
Rojo y verde en Zabalaga
Cosas en la ventana
La ciudad desde mi estudio
Sillón en Menorca
Cien años de ilusión
Interior y Paisaje
Chimeneta
La ciudad desde arriba
El estudio y San Sebastián
El porche y el mar
El arco y la viga
Estudio y terraza imaginaria
Paleta en rojos

“Para mí, es lo mismo esculpir que pintar, lo que da la chispa a una cosa, da la chispa a la otra”

Así es como piensa el artista y como se expresa. Pero detrás de esa frase hay mucho en qué pensar.

Para Eduardo Chillida Belzunce, el arte es una vía de comunicación con el mundo.   Y a través de ese camino encuentra distintas sendas que confluyen en su propósito, testimoniar su propio universo a los demás.

 

Así, cuando abarca la pintura, retrata el espacio, un espacio que no suele ser una reproducción precisa de la realidad que tiene ante sí, sino que es un ambiente manejado a su antojo. Transformado unas veces, real o imaginario en otras ocasiones. Pero un espacio que, invariablemente está abierto, presenta fugas hacia el exterior o hacia un interior más allá del lugar en que nos encontramos.

 

Esa visión particular que tiene de la pintura CHB está repleta de  percepciones espaciales, escultóricas o arquitectónicas, donde apreciamos de continuo en el lienzo bidimensional, las tres dimensiones del espacio.

 

Las estancias nos invitan a entrar, recorrer ese mundo que nos muestra con sus innumerables objetos, transitar los pasillos, traspasar las puertas y asomarse a esas ventanas con maravillosas vistas al mar.

 

Salvo en contadas ocasiones, ese universo lleno de color y tratado en sus luces y sombras con maestría, se nos presenta como una invitación a habitarlo personalmente. La ausencia de figuras incrementa ese convite para hacernos con el lugar, para disfrutarlo “a nuestras anchas”. Las perspectivas que CHB altera a su gusto resultan, si cabe, más evocadoras en esa llamada al espectador.

 

Esas estancias representadas con diferentes planos y marcadas perspectivas están pautadas por la luz, una luz presente gracias al uso valiente del blanco y que actúa junto al contraste con los tonos oscuros y el negro como  un catalizador de realidad del lugar retratado. Concretamente, los cuadros de CHB, en especial los que presentan más cantidad de blanco, son lugares por los que pasan con naturalidad las horas del día.

 

Si la luz incide sobre ellos en gran cantidad, se nos muestran como estancias de día, en cambio si la luz es tenue, o incluso mínimamente perceptible, esos mismos lugares reflejarán, alegóricamente, la entrada de la luz de la luna por sus puertas y ventanas. Viven la noche y viven el día.

 

En la escultura, el hombre irrumpe con fuerza. El color no es ya una dominante. Ahora son las formas, los gestos, las posturas y las texturas que los configuran los protagonistas de los pensamientos y sentimientos que el artista pone al descubierto ante nosotros.

 

Si antes eran los lugares los protagonistas y los hombres los observadores, ahora son los hombres los intérpretes de la realidad escultórica de Chillida Belzunce, y los lugares pasan a un estado diferente.

 

Las figuras masculinas son recias, hombres de cuerpos poderosos en actitudes sugerentes. Un hombre despertando, un hombre pensativo, un grupo de amigos mirando a un mismo lugar, nos invitan a  soñar con el horizonte y con el cosmos, como parece que ellos mismos están haciendo. Son cuerpos sosegados, seguros de sí mismos y con una presencia tranquila.

Las manos, fiel reflejo de las del escultor son también unas manos poderosas, muy masculinas. Los dedos varían de posición en cada una de ellas, y nunca parecen crispadas sino todo lo contrario, relajadas. En ambos casos, la rugosidad que da la chamota a la “piel” contribuye a enfatizar la sensación de solidez, de fortaleza, de los cuerpos.

 

Las mujeres, de las que vemos una en esta exposición, son más finas, como corresponde a su condición femenina. En esta ocasión, la postura que adopta la mujer, que está tumbada, manifiesta al igual que los hombres una sensación de relajo, los brazos los utiliza, no para cubrirse o protegerse sino para encontrar una postura confortable, para apoyar la cabeza y mostrar así su cuerpo en todo su esplendor.

 

Eduardo no utiliza modelos para esculpir, así, son las imágenes guardadas en la memoria y los conocimientos del cuerpo humano, los que le mueven junto a su voluntad, a recrear las figuras que plasma en terracota o en bronce y que configuran su mundo escultórico.

 

Los lugares interesan a CHB como pintor, los hombres y mujeres como escultor, en definitiva, lo que atrae, cautiva y apasiona al artista es el mundo en que vivimos, pasado por el tamiz de su ser más íntimo, el de un artista que vive el arte y la vida con pasión.

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