Marcos Chaves | Galeria Blanca Soto
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MARCOS CHAVES
(1961, Brasil)

 

Logradouro

Ligia Canongia

El trabajo de Marcos Chaves  trata de construir una nueva ética para el mundo de las formas. Hacer que el universo del arte no se restrinja más a pura sensibilidad, ni se agote en procedimientos estrictamente estéticos, pero creciente en las llamadas  “formas plásticas” un pensamiento capaz de especular sobre el sentido del mundo, su lógica, sus convenciones y sus absurdos. Apropiándose de objetos banales, de los códigos y del consumo de las grandes masas, y aún de la arquitectura y de la escena urbana, el artista parte del déjà-vu, de las cosas y de las señales ya asimiladas por la convención o por el hábito, para inyectar en ellos otras significaciones, sorprendentes e inesperadas. A fin de cuentas el arte siempre fue el lugar de creación de lo nuevo,  pero la novedad puede estar en el mero desplazamiento de lugar o del sentido original de las cosas, operación que inauguran los dadaístas y Duchamp radicalizó. Marcos Chaves persigue por tanto, la veta de esos desvíos, como forma de intervenir en el orden funcional o convencional de los objetos  y de los comportamientos. Con interferencias irónicas y llenas de humor, el artista desestabiliza al espectador, retirándole la base de aquello que creía conocer y dominar,  mostrándole otro lado, quizá el opuesto, de los objetos, de la formas  y de las materias que parecían vulgares. Esa es la operación de la obra Logradouro. Chaves presta función “artística” y da volumetría y monumentalidad a una materia ordinaria y simple, como las cintas negras y amarillas usadas en la señalización urbana.

 

Y además, del sentido  orientativo y de ordenamiento que esas cintas poseen en el campo viario, el artista contrapone el sentido de desorientación y de turbulencia visual, indeterminando lo límites originales del espacio y despojando al  espectador de cualquier punto de horizonte y equilibrio. Sin referencia espacial, lanzado al centro de una red de líneas que se enmarañan y avanzan hasta el ápice de remolinos que constituyen su tierra y su cielo, el espectador encuentra en el desequilibrio y el vértigo el extrañamiento  de su propio “lugar” en el mundo, ahora desnudo de las reglas y señales que conforman nuestro movimiento. Pero, lo espantoso, es que a pesar de ese sentido desestabilizador, la obra tiene como principio el trazar constructivo de las líneas y los colore, siguiendo evoluciones que, al menos a priori, parten de coordenadas precisas y geométricas, lo que, en verdad, constituye su paradoja. Logradouro es una torsión en nuestra sensación de seguridad y estabilidad; es una torsión de la idea de un lugar/ abrigo interior, protegido del mundo de ahí fuera, pues la galería se torna, ella misma, en una continuidad de ese mundo, el exterior; Logradouro es también un desvío de las normas de funcionamiento colectivo, orientado por convenciones que pretenden regular nuestros movimientos y, por último, la obra es además una torsión en la precisión y en el orden del arte constructivo, pilar de nuestra tradición moderna. Logradouro es velocidad pura, es espacio casi tiempo: espacio insubordinado que no llega a constituir lugar enloquecido que corre sin esperar que tomemos conciencia de dónde estamos.

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EXPOSICIONES INDIVIDUALES

2008    Logroduoro

              Galería Blanca Soto, Madrid, España

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